martes, 22 de julio de 2008

AROMA-ENVOL


Familia olfativa fragancia de agua:
BERGAMOTA: Eleva el estado de ánimo. Ideal para la depresión y la ansiedad.
CARDAMOMO: Equilibra las emociones.
CEDRO: Vigorizante y relajante. Ayuda a levantar la autoestima.
ALMIZCLE: Afrodisíaco.
INCIENSO: Reduce la ansiedad y el stress.

¿Qué expresa el hombre que lleva Envol?
Masculinidad
Picardía
Fuerza
Libertad
Motivación
Vitalidad

AROMA-Ho



Familia olfativa madera especiada:
ELEMI: Revitaliza la mente.
CORIANDRO: Relaja, reanima y repone las energías.
LAVANDA: Equilibra. Combate la depresión.
MIRRA: Estimula la motivación.
ALMIZCLE: Afrodisíaco.
ÁMBAR: Ideal para estados de tristeza y desesperación.

¿Qué expresa el hombre que lleva Ho?
Distinción
Elegancia
Experiencia
Firmeza
Carisma
Respeto
Status

AROMA-RARE-1



Familia olfativa floral:
MANDARINA: Es sedante y calmante.
BÁLSAMO: Reanima.
BENJUÍ: Disminuye la tensión y restaura la auto confianza.
PATCHOULI: Afrodisíaco, antidepresivo.
ÁMBAR: Ideal para estados de tristeza y desesperación.

¿Qué expresa la mujer que lleva Rare?
Sofisticación
Encanto
Glamour
Elegancia
Feminidad
Sensualidad

AROMA-DOLLY


Familia olfativa floral y frutal:
ROSA: Antidepresivo, equilibra los centros energéticos.
SÁNDALO: Reanima, disipa las cargas negativas, es afrodisíaco
ÁMBAR: Ideal para estados de tristeza y desesperación.
ALMIZCLE: Afrodisíaco.

¿Qué expresa la mujer que lleva Dolly Kiss?
Femineidad
Encanto
Romanticismo
Delicadeza
Dulzura
Sensibilidad
Inocencia

AROMA-TRENCH


Familia olfativa verde floral:
BERGAMOTA: Eleva el estado de ánimo. Ideal para la depresión y la ansiedad.
LIMÓN: Estimulante mental, limpia y refresca la mente.
CARDAMOMO: Equilibra las emociones.
MANDARINA: Es sedante y calmante.
ROSA: Antidepresivo, equilibra los centros energéticos.
CEDRO: Vigorizante y relajante. Ayuda a levantar la autoestima.
ÁMBAR: Ideal para estados de tristeza y desesperación.

¿Qué expresa la mujer que lleva Trench?
Seducción
Libertad
Independencia
Carácter
Fortaleza
Innovación
Actitud


NUTRICIONALES...

APARATOS PARA LA SALUD

COSMETICA NATURAL

AROMATERAPIA EN FRAGANCIAS FRANCESAS

OPORTUNIDAD DE NEGOCIO


AROMATERAPIA


El uso de Los perfumes y las esencias en la vida diaria

EL OLFATO, UN SENTIDO EN EL QUE LA
CIENCIA ESTÁ METIENDO LA NARIZ


A traves del uso de las esencias podemos mejorar la
resolución de los estados emocionales

A cierta edad, a la gente la empiezan a acechar los olores viejos. La antaño hija ahora es madre de veinteañeros y las fotos de su propia madre, muerta hace mucho tiempo, le causan una melancolía gastada, ya sin filo ni punta. Pero un día aparece aquel pullover en el fondo de un cajón, todavía teñido con el aroma de la viejita... y es el alud de imágenes, recuerdos, sollozos. Somos una especie rara: el flaco olfato que tenemos nos sacude y emociona más que nuestra poderosa vista, y mucho más que todos nuestros otros sentidos ¿Por qué?.

El olfato es un sentido muy primitivo que pone en movimiento partes muy primitivas de nuestro ser. Basta analizar sus tres rarezas fisiológicas, tan exclusivas en el ámbito de los sentidos.

En primer lugar, las moléculas olorosas hacen impacto directo sobre el tejido nervioso. Cuando oímos, en cambio, hay toda una serie de intermediarios entre el aire vibrante y el nervio auditivo. Cuando vemos, existe una intermediación complejísima entre la energía de la luz y las neuronas cerebrales encargadas de formar la imagen visual. Frente a la complejidad del "hardware" que posibilita la visión y la audición, el del olfato es de una sencillez sublime: el factor estimulante (la molécula) excita directamente las terminales receptoras de los nervios, punto. Con el olfato, el cerebro toda literalmente lo que percibe, está en un contacto íntimo con el mundo externo.

En segundo lugar, la detección de un olor viaja al cerebro de un modo muy directo, y va bien adentro y a lo profundo, a los sitios donde está el carozo del propio ser. La señal química es analizada en los bulbos olfativos, de donde es remitida con dos destinos diferentes: hacia los centros cerebrales de la emoción y la memoria (el llamado "sistema límbico"), por un lado, y a una glándula de secreción interna llamada hipotálamo, por el otro. Esta regula a una segunda glándula, la pituitaria, y entre ambas dirigen los estados psicofísicos mediante descargas de hormonas.

Resulta interesantísimo comprobar que el olfato, muy a diferencia de la vista, desprecia la conexión directa con la corteza gris -sede cerebral del intelecto-. Así, un soldado en la jungla puede ser presa de un miedo inexplicable cuando capta -pero no de modo consciente- el debilísimo olor de un enemigo que todavía no ve. La sangre del hombre recibe un "golpazo" de adrenalina, los pelos del cuerpo se le erizan, el corazón se le dispara a 120 latidos por minuto. El cuerpo del soldado ya sabe que lo están por matar mientras la parte racional d su psiquis solo registra un terror al parecer carente de causa; un mensaje hormonal que le grita por las arterias "¡Fuera de aquí!" o "¡Cuerpo a tierra!", y eventualmente lo salva. Los veteranos de guerra abundan en historias de este tipo, sobre las que se volverá después.

No es el único caso en que el olfato regula el funcionamiento de un cuerpo humano sin que el dueño se dé por enterado. En los dormitorios femeninos de cárceles y universidades, las mujeres descubren frecuentemente que sus ciclos menstruales se sincronizan. La señal de ajuste es el ligerísimo olor a hormonas femeninas del sudor, que la percepción consciente no registra. Este silencioso e involuntario acople de la fertilidad colectiva debe haber sido utilísimo, hace algunos millones de años, entre nuestros antepasados antropoides. El mecanismo posiblemente trataba de unificar -y por ende limitar a un mínimo de días anuales- el tiempo de parición de las hembras, momento en que la manada debía inmovilizarse y se hacía especialmente vulnerable.

Un tercer factor exclusivo del olfato es que las células del epitelio a cargo son renovables. Nacemos y morimos con unos cinco millones de células quimioceceptoras, por muchas que se nos mueran en el camino. Para nuestra desgracia, la pérdida de otros receptores sensoriales es irreversible. Cuando el ruido ambiental o los audífonos puestos "al mango" van dejando sordo a un obrero o a un rockero, el proceso no tiene vuelta atrás: las neuronas auditivas muertas, muertas están. Si un accidente nos hace perder tejido en la retina, la zona dañada de ese ojo no recupera jamás la visión. Los bastones y conos que captan la luz en las retina son células sin reposición. Pero el olfato, en contraste, parece un sentido muy mimado.


Existen gran variedad de aromas disponibles
al alcance de la mano


Este sentido es el único que garantiza un contacto directo entre el cerebro y el exterior, el único que dispara reacciones psicofísicas con una prescindencia tan clara del intelecto, el único con el privilegio de tejidos renovables. Por encima de cualquier otro sentido, el olfato parece inventado por un psicólogo conductista de los de la línea dura: nos vuelve máquinas de reaccionar. La pregunta es inevitable: si como dice buena parte de la medicina, el bicho humano tiene un olfato rudimentario... ¿por qué su cuerpo y su mente le dan tanta importancia?. Debe de haber algún sentido en tener este sentido tan consentido. Consultemos con un perro.

Cerca de Clarín, el Parque Lezama es testigo diario de la siguiente escena matutina: un jubilado saca a pasear -o es sacado a pasear- por su perro, cada uno con la nariz metida en su periódico respectivo. Mientras el viejo sigue con terror e indignación las acrobacias del dólar, la nariz del perro revista con emoción no menor su propia página de sociales: "Ajá... ese cretino de Ovejero de a la vuelta sigue loco por la Lulú. Pedazo de estúpido, ¿no se da cuenta de que ella quedó embarazada anteayer?. Este imbécil celoso debe haberse peleado con el Spaniel de enfrente. Sí... y creo que le ganó. El Spaniel está oliendo a tristeza desde ayer. Claro, pobre bicho, cómo iba a ganar con las porquerías que le hacen comer... tallarines, polenta, arroz... pero no, parece que hoy le dieron un poco de carne".

Un buen sabueso tiene doscientos veinte millones de células para recibir moléculas olorosas, frente a nuestros escasos cinco millones. De acuerdo con ello, tendría que oler cuarenta y cuatro veces mejor, pero las cifras están mucho más a favor del perro por un factor de un millón.

Todo el mundo conoce -aunque no de nombre- el ácido burítico: es un producto graso característico del sudor humano, y su descomposición bacteriana ocasiona esa fragancia a roquefort que, en las versiones revisionistas de la Cenicienta, deja "knock out" al príncipe en el acto de calzarle el zapatito a la heroína. Bien, el olfato humano puede percibir un gramo de ácido butírico disuelto uniformemente en un volumen de aire de unos 25.000 metros cúbicos, que es el espacio del lujoso palacio de un aristócrata victoriano.

Bien: la nariz perruna, mucho más indagadora que la de Sherlock Holmes, detecta ese mismo gramo de butírico disuelto en un volumen de aire un millón de veces mayor. Obviamente, el perro no tiene solo más receptores químicos en la nariz, sino que también su circulería cerebral está más dedicada al procesamiento olfativo que al de otras señales sensoriales. Un perro tiene mucha menos corteza gris que nosotros, y su sistema límbico ocupa, proporcionalmente, un volumen muy importante de la masa cerebral total.

Y lo bien que lo emplea. ¿Alguien quiere despistar a un sabueso? Deberá ser puro espíritu, porque nuestro cuerpo es una verdadera bolsa perforada que chorrea y sahúma su entorno de aminoácidos y ácidos grasos. Además del butírico, están el caprílico -responsable del olor a chivo- y una larga lista de colegas, algunos más volátiles, otros más pesados. La receta del cóctel de la sudoración es tan individual como la huella dactilar.

Uno puede calzarse galochas, o botas d goma nuevas para esconder el olor de los pies: las moléculas de ácido graso más livianas tardarán unos 8 minutos en atravesar 2 milímetros de goma. Una suela de goma de 2 centímetros tarda 40 horas en empaparse de las sustancias olorosas de la piel, como una esponja. A partir de entonces, es como una brocha que pinta nuestro rastro con marcas fosforescentes para las que nuestra nariz "carece de ojos".

¿Un narcotraficante escondió un sachet de cocaína dentro de... ejem, su cuerpo?. El perro del aduanero entra en el avión y señala su asiento, aunque hayan pasado dos días desde el viaje. ¿Hay un kilo de heroína encapsulado en plástico y acero, y sumergido en el tanque de nafta de un automóvil? Si hay perros en la aduana, lo mejor que puede hacer el "narco" es mutis por el foro, porque su "merca", en lo que se refiere al perro, está señalada. Tan bien como el silencioso esquiador sepultado por tres metros de nieve, cuyo sudor es una evidencia estridente para el San Bernardo que ladra encima.

El mundo de los mamíferos es, ante todo, un sitio nasal: en cualquier metro cuadrado de terreno agreste se publicitan, para quien quiera y pueda olerlos, centenares de mensajes sin los cuales es inútil tratar de sobrevivir a la intemperie: esta arboleda pertenece al jaguar Pepe y no al jaguar Cacho, que tras oler la orina de su competidor se retira "silbando bajito". El zorro Juan se entera de que doña Paquita Pava de Monte pasó hace un par de horas, determina la dirección al nido y se relame. La ratona Lolita se entera de que cerca del territorio anda un macho de otra tribu y ello le provoca espontáneamente la interrupción de su embarazo. Per la corza Gladys, que acaba de parir una cría, la huele y en su cerebro se activa un mecanismo químico que la hará cuidar esa joven vida hasta las últimas consecuencias. Sin esa "olida" preliminar, no hay amor maternal posterior y la cría muere.

Es un mundo de cerebros básicamente límbicos, donde la palabra es imposible por falta de corteza gris, donde el razonamiento es impensable por falta de palabra, pero alcanza y sobra con algo de capacidad de aprendizaje, y básicamente con la memoria. Un mundo donde las telecomunicaciones rara vez son visuales: los olores disparan taquicardias, excitaciones sexuales, terrores, salivación, hambre, indiferencia, agresiones, persecuciones y amores hasta la muerte. Duele pensar que somos tan ciegos a todas esas señales perfectamente evidentes para casi todo otro mamífero. Pero no siempre fue así.

La historia humana propiamente dicha arranca con la agricultura: apenas 10.000 años, poco y nada frente a nuestra prehistoria total. Si se le quiere poner un punto de arranque, podría ser el momento en que un ser de cabeza demasiado chiquita para el hombre (el Homo Habilis), se diferenció de unos antropoides demasiado cabezones para monos (los Australopitecos). Eso sucedió hace casi un millón y medio de años. Desde entonces y hasta hace muy poco, los precursores de la humanidad se salvaron de morir no solo por cierta capacidad de fabricar armas, palabras, sociedades, ropas y herramientas, sino porque sabían oler el peligro, la muerte, la enfermedad, la presa, el jefe, el esclavo, el hambre, la hembra.

Es cierto, es imposible construir sistemas de razonamiento sobre la base de olores. La nariz no puede servir de base para organizar un lenguaje, crear un teorema de Pitágoras, calcular la trayectoria de un cuerpo que cae, construir una explicación del mundo. Los hombres somos bichos de ojos, cerebro y manos. Pero no siempre fue así.

Diez mil años de vivir bajo techo, cada vez mas mimados por la tecnología y la cultura, no bastan para borrar mucho ese tremendo mecanismo de regulación de la conducta, la memoria y la emoción que fue y es el olfato. Escribió el poeta Patricio Roig: "los barrios que tienen olor / son los que nunca se olvidan". Y lo escribió con el corazón. Es decir, con la nariz.


escrito por daniel e. arias


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